jueves, 14 de febrero de 2013


Letargo Esplendoroso

Carlos Xavier Paredes Gorena


III.
                  El misterioso Anfitrión.

Le faltaba por completo el brazo derecho, como si se lo hubiesen arrancado de una mordida. La parte del tronco que desembocaba en su extremidad estaba rústicamente suturada por vendas improvisadas que seguro cogió ella en su desesperación. Al percatar que la miraba levanto lentamente el rostro apaleado y con una sonrisa adolorida dijo: Creo que voy a dejarlo…
Sus pequeños ojos claros se serraron fatigadamente y su cabeza cayó sobre mi brazo.
Soy alguien de frágiles sentimientos, no pude evitar dejar caer unas lágrimas de remordimiento en su rostro. Llame a una ambulancia y de inmediato pedí ayuda a gritos pero ninguno de los desgraciados vecinos se asomaba por curiosidad siquiera. Sospechando (y luego comprobando) la ineficiencia del maldito hospital decidí que lo mejor sería actuar de inmediato. Luego de veinte minutos de desesperante espera resolví llevarla solo y sin asistencia. Pero llego la caballería.
Era una joven que había venido a vivir a la capital hace unos años. Casi mi historia pero ella era de un poblado Chuquisaqueño, no recuerdo bien el nombre. Intercambiamos pocas palabras pues la prioridad era obvia. Lo poco que supe de ella lo averigüe mientras bajábamos por el estrecho ascensor. Al parecer nunca trato de intervenir porque no le daba la gana (alabada sea la sinceridad de la gente de pueblo). Así de claro, sus palabras fueron tajantes y sencillas.
Según ella –“Es normal que un hombre disfrute ese tipo de actividades sin despertar inquietud alguna en los demás, pero hay de la mujer que lo haga ¿verdad? ¡Nos cortan un brazo!”- Sinceramente no estaba de humor para defender a mi género. Al menos comprendí su concepto básico, era feminista y lo adoraba. Eso sí, se encontraba seriamente afectada al contemplar lo sucedido. Que se uniese al club. Su nombre era Marta y debo mencionarlo (aunque está muy mal haberlo notado en esa situación), era muy guapa. Revelaba una gran inteligencia y además empatía con los problemas de Irma. Según ella, ambas eran incomprendidas de la sociedad y, en otras palabras, víctimas de la opresión masculina. Casi desee no haberle pedido ayuda.
Mi amiga estaba inconsciente (para su fortuna). Entre ambos la cargamos al taxi y nos dirigimos al hospital. Cordialmente, una vez Irma interna nos despedimos y no volví verla hasta la fecha. Un tiempo después supe un par de cosas negativas, de seguro intrigas malintencionadas. Si bien admito que la trate poco, por la forma desinteresada de su ayuda y su odio al sexo masculino es imposible que fuese “Diva, la reina mestiza” famosa entre las prostitutas.
Pero volviendo al tema Irma…
Su diagnostico era enigmático y extraordinario. Según los médicos del Hospital Santa Barbará, le habían lacerado el miembro de tal forma que la herida suturo sola casi al instante. Milagrosamente al parecer pues, no quedaban vestigios de carne despuntada, trozos de hueso sobresalidos o siquiera cicatrices. Ayer estaba ahí y ahora había desaparecido, así de simple. Todo sugería que no habían usado ningún elemento quirúrgico y en general instrumento medico conocido. No lo entendía muy bien que digamos pero lo que si intuí fue que se hubiese recuperado incluso sin ayuda alguna.
Irma se encontraba en un sopor ligero inducido por sueros y morfina ya que expresaba a gritos el dolor que sentía, no tanto en la parte afectada como en la cabeza. Pronto pero seguro se presento la policía y me tomaron declaraciones de todo lo que sabía, se los dije virtualmente todo. Lo que más quería en ese momento es que atrapasen a ese monstruo infernal llamado Anfitrión.
Obviamente la interrogaron cuando estuvo en condiciones más estables. Uno de los policías, amigo mío, me dijo que no se mostro muy cooperativa. ¿Qué aun no se dio cuenta lo peligroso de su juego? Al parecer se limito a decir lo que todos querían oír, respuestas sencillas. Negó fieramente el conocimiento del apellido, paradero o cualquier otro dato del malnacido. Solamente narro que lo conoció chateando en una página de redes sociales. Siempre eludía preguntas más indiscretas. 
Los reporteros acudieron cual moscas a basura y pronto se encontraban realizando molestas e hirientes preguntas carentes de tacto o inteligencia. Se vieron desilusionados al escuchar las monosilábicas respuestas de Irma. Al día siguiente descubrí los ridículos encabezados de sus respectivos periódicos. Solo uno logro convencerme sarcásticamente. En sencillas palabras resumió a la perfección todo lo que se sabía hasta ese momento.
“El Misterioso Anfitrión”
No lo compre pues estaba convencido que todo lo que Irma develo a ese montón de chupasangres eran artimañas que solapaban sus secretos. Yo mismo podría descubrir más que ellos sin el incentivo del dinero.
La indagación sobre el autor, algún trozo de su ropa, una pequeña muestra de sangre, saliva o semen fue tan inútil como la búsqueda del brazo perdido. Los vecinos no aportaron mucho, tal parece al igual que yo, se limitaban a tolerar los ruidos. La vieja portera ayudo menos, evitaba acérrimamente cualquier tipo de entrevista, pobre del que insistiese, lo fustigaba con su mirada de medusa embravecida. El caso, que ganara efímera fama nacional pronto fue olvidado, en gran parte debido a las escasas de fuentes informativas que alimentaban a la prensa. Pero eso no los detuvo de buscar otras estrategias deshonestas. Los periodistas más aguzados llegaban a preguntarse si siquiera Anfitrión existía o se lo había inventado Irma. Los odie por eso.
Me moría de ganas por verla, pero aun no estaba permitido. Le habían ordenado reposo para amainar su terrible migraña y soledad para asimilar la idea de su nueva imagen. En su ausencia las noches se tornaron vacías y aburridas.
Yo me sentía como una enorme y sucia rata traidora. Si no me hubiese ganado la cobardía tal vez hubiese logrado evitar que mi hermosa amiga acabe desfigurada de por vida. 
Pero esto no podía terminar así. Ese desgraciado abusivo no podía salir airado e impune después de lo que le hizo. Si los ineficientes policías no pueden aprenderlo entonces tendré que hacerlo yo.  Encontrare a ese desgraciado y luego le arrancare ambos brazos. Si nadie me detenía en el intento. 

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