Letargo Esplendoroso
Carlos Xavier Paredes Gorena
III.
El misterioso Anfitrión.
Le faltaba por completo el brazo derecho, como si se lo
hubiesen arrancado de una mordida. La parte del tronco que desembocaba en su
extremidad estaba rústicamente suturada por vendas improvisadas que seguro
cogió ella en su desesperación. Al percatar que la miraba levanto lentamente el
rostro apaleado y con una sonrisa adolorida dijo: Creo que voy a dejarlo…
Sus pequeños ojos claros se serraron fatigadamente y su
cabeza cayó sobre mi brazo.
Soy alguien de frágiles sentimientos, no pude evitar dejar
caer unas lágrimas de remordimiento en su rostro. Llame a una ambulancia y de
inmediato pedí ayuda a gritos pero ninguno de los desgraciados vecinos se
asomaba por curiosidad siquiera. Sospechando (y luego comprobando) la
ineficiencia del maldito hospital decidí que lo mejor sería actuar de
inmediato. Luego de veinte minutos de desesperante espera resolví llevarla solo
y sin asistencia. Pero llego la caballería.
Era una joven que había venido a vivir a la capital hace unos
años. Casi mi historia pero ella era de un poblado Chuquisaqueño, no recuerdo
bien el nombre. Intercambiamos pocas palabras pues la prioridad era obvia. Lo
poco que supe de ella lo averigüe mientras bajábamos por el estrecho ascensor.
Al parecer nunca trato de intervenir porque no le daba la gana (alabada sea la
sinceridad de la gente de pueblo). Así de claro, sus palabras fueron tajantes y
sencillas.
Según ella –“Es normal
que un hombre disfrute ese tipo de actividades sin despertar inquietud alguna
en los demás, pero hay de la mujer que lo haga ¿verdad? ¡Nos cortan un brazo!”-
Sinceramente no estaba de humor para defender a mi género. Al menos
comprendí su concepto básico, era feminista y lo adoraba. Eso sí, se encontraba
seriamente afectada al contemplar lo sucedido. Que se uniese al club. Su nombre
era Marta y debo mencionarlo (aunque está muy mal haberlo notado en esa
situación), era muy guapa. Revelaba una gran inteligencia y además empatía con
los problemas de Irma. Según ella, ambas eran incomprendidas de la sociedad y,
en otras palabras, víctimas de la opresión masculina. Casi desee no haberle
pedido ayuda.
Mi amiga estaba inconsciente (para su fortuna). Entre ambos
la cargamos al taxi y nos dirigimos al hospital. Cordialmente, una vez Irma
interna nos despedimos y no volví verla hasta la fecha. Un tiempo después supe
un par de cosas negativas, de seguro intrigas malintencionadas. Si bien admito
que la trate poco, por la forma desinteresada de su ayuda y su odio al sexo
masculino es imposible que fuese “Diva, la reina mestiza” famosa entre las
prostitutas.
Pero volviendo al tema Irma…
Su diagnostico era enigmático y extraordinario. Según los
médicos del Hospital Santa Barbará, le habían lacerado el miembro de tal forma
que la herida suturo sola casi al instante. Milagrosamente al parecer pues, no
quedaban vestigios de carne despuntada, trozos de hueso sobresalidos o siquiera
cicatrices. Ayer estaba ahí y ahora había desaparecido, así de simple. Todo
sugería que no habían usado ningún elemento quirúrgico y en general instrumento
medico conocido. No lo entendía muy bien que digamos pero lo que si intuí fue
que se hubiese recuperado incluso sin ayuda alguna.
Irma se encontraba en un sopor ligero inducido por sueros y
morfina ya que expresaba a gritos el dolor que sentía, no tanto en la parte
afectada como en la cabeza. Pronto pero seguro se presento la policía y me tomaron
declaraciones de todo lo que sabía, se los dije virtualmente todo. Lo que más
quería en ese momento es que atrapasen a ese monstruo infernal llamado
Anfitrión.
Obviamente la interrogaron cuando estuvo en condiciones más
estables. Uno de los policías, amigo mío, me dijo que no se mostro muy
cooperativa. ¿Qué aun no se dio cuenta lo peligroso de su juego? Al parecer se
limito a decir lo que todos querían oír, respuestas sencillas. Negó fieramente el
conocimiento del apellido, paradero o cualquier otro dato del malnacido. Solamente
narro que lo conoció chateando en una página de redes sociales. Siempre eludía
preguntas más indiscretas.
Los reporteros acudieron cual moscas a basura y pronto se
encontraban realizando molestas e hirientes preguntas carentes de tacto o inteligencia.
Se vieron desilusionados al escuchar las monosilábicas respuestas de Irma. Al
día siguiente descubrí los ridículos encabezados de sus respectivos periódicos.
Solo uno logro convencerme sarcásticamente. En sencillas palabras resumió a la
perfección todo lo que se sabía hasta ese momento.
“El
Misterioso Anfitrión”
No lo compre pues estaba convencido que todo lo que Irma
develo a ese montón de chupasangres eran artimañas que solapaban sus secretos.
Yo mismo podría descubrir más que ellos sin el incentivo del dinero.
La indagación sobre el autor, algún trozo de su ropa, una
pequeña muestra de sangre, saliva o semen fue tan inútil como la búsqueda del
brazo perdido. Los vecinos no aportaron mucho, tal parece al igual que yo, se
limitaban a tolerar los ruidos. La vieja portera ayudo menos, evitaba
acérrimamente cualquier tipo de entrevista, pobre del que insistiese, lo
fustigaba con su mirada de medusa embravecida. El caso, que ganara efímera fama
nacional pronto fue olvidado, en gran parte debido a las escasas de fuentes
informativas que alimentaban a la prensa. Pero eso no los detuvo de buscar
otras estrategias deshonestas. Los periodistas más aguzados llegaban a preguntarse
si siquiera Anfitrión existía o se lo había inventado Irma. Los odie por eso.
Me moría de ganas por verla, pero aun no estaba permitido. Le
habían ordenado reposo para amainar su terrible migraña y soledad para asimilar
la idea de su nueva imagen. En su ausencia las noches se tornaron vacías y
aburridas.
Yo me sentía como una enorme y sucia rata traidora. Si no me
hubiese ganado la cobardía tal vez hubiese logrado evitar que mi hermosa amiga
acabe desfigurada de por vida.
Pero esto no podía terminar así. Ese desgraciado abusivo no
podía salir airado e impune después de lo que le hizo. Si los ineficientes
policías no pueden aprenderlo entonces tendré que hacerlo yo. Encontrare a ese desgraciado y luego le
arrancare ambos brazos. Si nadie me detenía en el intento.
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