jueves, 14 de febrero de 2013


Letargo Esplendoroso

Carlos Xavier Paredes Gorena

VIII.                    

La pesadilla.

Ya era de noche y luego de hablar un poco del futuro nos despedimos con un beso. Genial, el primer beso de lengua de nuestra relación, ya era hora. Casi todo estaba listo, abandonaríamos esta ciudad muy pronto.
Irma se había metido en su cama y yo me disponía a hacerlo en la mía.
Los resguardos estaban en sus posiciones (esta vez le toco turno nocturno a mi amigo Jamir). Eran tan profesionales como siempre. Dado que era el penúltimo día que pasaríamos en Sucre hicieron gala de usar pistolas y tirar a matar a cualquier sospechoso. Yo los exhorte a hacerlo.
No tarde mucho en cerrar los ojos y comenzar mis usuales ronquidos. Recuerdo que tuve un sueño muy extraño esa noche. 
En este me encontraba debatiendo apaciblemente con un sujeto alto y escuálido. Desconozco el tema de nuestra plática. Hablábamos en un idioma extraño pero a la vez familiar. Parecía que el hombre era un semi-gigante pues cada rato tenía que elevar más y más la cabeza para distinguirle el aspecto difuso. Bestia ropas antiguas que me recordaban a las ilustraciones de colonizadores europeos y unas greñas oscuras que le cubrían el rostro.
El territorio que nos rodeaba era igual de raro. En ese mismo instante pensé que se parecía mucho a uno de los cuadros de sangre que pinto Irma. Cielo guindo y terreno naranja sombrío, creo que lo llamo Obraokua.
Conduje mi mirada a la lontananza, ansiaba encontrar algo que desconocía pero añoraba encontrar con desesperación. Mi expectación fue satisfecha, apareció lejano en el horizonte. Corría imponente y veloz, no descansaba ni disminuía su paso por obstáculos colindantes, montañas, grietas o laderas, lo esquivaba todo con presteza. Se acercaba hacia nosotros muy rápido, era el famoso “tigre siberiano” purpura de los cuadros de Irma y yo lo aprecie a todo detalle. Paso cerca sin percatarse de nuestra presencia o tal vez ignorándola como si fuésemos insectos. Las pinturas podrían haberlo retratado mejor, aun así habían captado su rostro melancólico. Se trataba de una criatura enorme, quizá del tamaño de un auto monstruo o un elefante. Su cuerpo y extremidades en general eran proporcionalmente fornidas. Franjas blancas y purpuras claras adornaban su esplendoroso pelaje. Indiscutiblemente era majestuoso. Tenía todo el aspecto de un felino mutante o el dios de los linces. Apenas logre apreciar su perfil unos segundos, no alcance a verle bien los ojos pero me pareció eran cuatro y de un color azul fosforescente. Cuando nos dio la espalda logre advertir su atroz naturaleza. De la parte del cuello le colgaban una especie de cintas largas que se contraían y extendían constantemente. Le cubrían toda la nuca. Se me hace imposible no haberlas detectado antes. Tal vez no era tigre si no un león. No tenía una cola, donde debería estar le colgaban también estas extrañas cintillas. Se perdió en el horizonte y nunca sabré su destino si es que tenía uno.
Me disponía a ver de nuevo al amigo con quien conversaba minutos antes de distraerme. Pronto me arrepentí de hacerlo.
Esta vez atestigüe su rostro con más contraste, ¿cómo no hacerlo si tenía la mirada fija y clavada en mí? Brotaban chorros ingentes de sangre por las pupilas de sus ojos blancos y llenos de odio. Era un hombre horrendo, cadavérico y lleno de cicatrices.  Sus ropajes se rasgaban por obra de alguna ley física solo aplicable en el sueño. Desprendía un olor asqueroso y nocivo, pronto descubrí que provenía de su vientre. El desgraciado tenía la panza abierta como la cascara de una sandia podrida. Estomago, tripas, pulmones y demás intestinos escapaban y caían al suelo humeantes, como vomito insano o equino recién nacido. El espectáculo era demasiado grafico. Lo peor vino al notar lo que llevaban sus manos. En la derecha estaba ese cuaderno profano y misterioso, pero la otra sostenía algo muy diferente. Pegue un largo grito de horror y pena al advertir aquello que aferraba firmemente con sus repugnantes dedos huesudos. Era la negra cabellera de la cabeza decapitada de Irma. Y su rostro, su hermoso rostro, parecía estar feliz, me sonreía serenamente. Un nombre pronunciado en el hospital bailo en mi lengua tentando ser dicho. Ese abominable ser era Parnezu, estoy seguro.
-          Nhirlumn smnian q’ gyarsein- Declaro indiferente mientras todo lo que se pueden llamar órganos internos salían lenta y pesadamente de su cuerpo vaporoso.
Creí que perdería la cordura.
Fue entonces que desperté de un grito. Me encontré aturdido y aterrado en un mar de confusión y agitación.
-           ¡Dios! ¡Fue tan real!
¡¿Por qué diablos sangraban mis orejas?! La hemorragia duro poco y una vez limpias estaban como de costumbre. ¿Mi cerebro no aguanto semejante sueño?
Estuve seguro que con tanta conmoción solté uno o dos gritos pues así lo hice en la horrible pesadilla. Que los guardias no se hayan percatado de ello sería imposible. Pero, de haberlo hecho ¿por qué no estaban en mi habitación registrándolo todo? Tendieran que haber acudido a comprobar si todo andaba bien, no fuera que sufría un ataque del vengativo ex novio.  Los habría expulsado avergonzado rogando que mi bochornoso paroxismo se mantuviese en secreto. ¡Pero nunca vinieron! Es más, el ambiente estaba muy calmado, no se escuchaban las habituales conversaciones en voz baja o pasos pausados. ¡No se escuchaba absolutamente nada! Estaba frenéticamente aterrado y aun más por lo que advertí a continuación. Mi imaginación me jugaba tretas ya que sentía un olor muy familiar. ¿Era el mismo aroma a especias elaboradas que olfateé hace tiempo en el departamento de Irma?
Espabile de inmediato. Lentamente emergí de la tibieza que ofrecían mis sabanas y entonces lo sentí. El piso se encontraba extrañamente húmedo.
-          ¡Oigan, ¿qué tal está la cosa ahí?!- Grite de mi cuarto nerviosamente pero no halle respuesta alguna.- Espero que no estén durmiendo, Irma no estaría muy contenta, ¿saben?- Intente nuevamente y tampoco obtuve resultados.- ¿Chicos?
Era claro. Algo había pasado afuera.
-           Anfitrión, eso ha pasado.- Susurre en mi solitaria habitación
La señal celular estaba muerta. Entonces significaba que estaba solo.

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