Letargo Esplendoroso
Carlos Xavier Paredes Gorena
VIII.
La pesadilla.
Ya era de noche y luego de hablar un poco del futuro nos
despedimos con un beso. Genial, el primer beso de lengua de nuestra relación,
ya era hora. Casi todo estaba listo, abandonaríamos esta ciudad muy pronto.
Irma se había metido en su cama y yo me disponía a hacerlo en
la mía.
Los resguardos estaban en sus posiciones (esta vez le toco
turno nocturno a mi amigo Jamir). Eran tan profesionales como siempre. Dado que
era el penúltimo día que pasaríamos en Sucre hicieron gala de usar pistolas y
tirar a matar a cualquier sospechoso. Yo los exhorte a hacerlo.
No tarde mucho en cerrar los ojos y comenzar mis usuales
ronquidos. Recuerdo que tuve un sueño muy extraño esa noche.
En este me encontraba debatiendo apaciblemente con un sujeto
alto y escuálido. Desconozco el tema de nuestra plática. Hablábamos en un
idioma extraño pero a la vez familiar. Parecía que el hombre era un
semi-gigante pues cada rato tenía que elevar más y más la cabeza para
distinguirle el aspecto difuso. Bestia ropas antiguas que me recordaban a las
ilustraciones de colonizadores europeos y unas greñas oscuras que le cubrían el
rostro.
El territorio que nos rodeaba era igual de raro. En ese mismo
instante pensé que se parecía mucho a uno de los cuadros de sangre que pinto
Irma. Cielo guindo y terreno naranja sombrío, creo que lo llamo Obraokua.
Conduje mi mirada a la lontananza, ansiaba encontrar algo que
desconocía pero añoraba encontrar con desesperación. Mi expectación fue satisfecha,
apareció lejano en el horizonte. Corría imponente y veloz, no descansaba ni
disminuía su paso por obstáculos colindantes, montañas, grietas o laderas, lo
esquivaba todo con presteza. Se acercaba hacia nosotros muy rápido, era el
famoso “tigre siberiano” purpura de los cuadros de Irma y yo lo aprecie a todo
detalle. Paso cerca sin percatarse de nuestra presencia o tal vez ignorándola
como si fuésemos insectos. Las pinturas podrían haberlo retratado mejor, aun
así habían captado su rostro melancólico. Se trataba de una criatura enorme,
quizá del tamaño de un auto monstruo o un elefante. Su cuerpo y extremidades en
general eran proporcionalmente fornidas. Franjas blancas y purpuras claras adornaban
su esplendoroso pelaje. Indiscutiblemente era majestuoso. Tenía todo el aspecto
de un felino mutante o el dios de los linces. Apenas logre apreciar su perfil
unos segundos, no alcance a verle bien los ojos pero me pareció eran cuatro y
de un color azul fosforescente. Cuando nos dio la espalda logre advertir su
atroz naturaleza. De la parte del cuello le colgaban una especie de cintas
largas que se contraían y extendían constantemente. Le cubrían toda la nuca. Se
me hace imposible no haberlas detectado antes. Tal vez no era tigre si no un
león. No tenía una cola, donde debería estar le colgaban también estas extrañas
cintillas. Se perdió en el horizonte y nunca sabré su destino si es que tenía
uno.
Me disponía a ver de nuevo al amigo con quien conversaba
minutos antes de distraerme. Pronto me arrepentí de hacerlo.
Esta vez atestigüe su rostro con más contraste, ¿cómo no
hacerlo si tenía la mirada fija y clavada en mí? Brotaban chorros ingentes de
sangre por las pupilas de sus ojos blancos y llenos de odio. Era un hombre
horrendo, cadavérico y lleno de cicatrices.
Sus ropajes se rasgaban por obra de alguna ley física solo aplicable en
el sueño. Desprendía un olor asqueroso y nocivo, pronto descubrí que provenía
de su vientre. El desgraciado tenía la panza abierta como la cascara de una
sandia podrida. Estomago, tripas, pulmones y demás intestinos escapaban y caían
al suelo humeantes, como vomito insano o equino recién nacido. El espectáculo
era demasiado grafico. Lo peor vino al notar lo que llevaban sus manos. En la derecha
estaba ese cuaderno profano y misterioso, pero la otra sostenía algo muy
diferente. Pegue un largo grito de horror y pena al advertir aquello que
aferraba firmemente con sus repugnantes dedos huesudos. Era la negra cabellera
de la cabeza decapitada de Irma. Y su rostro, su hermoso rostro, parecía estar
feliz, me sonreía serenamente. Un nombre pronunciado en el hospital bailo en mi
lengua tentando ser dicho. Ese abominable ser era Parnezu, estoy seguro.
-
Nhirlumn smnian q’ gyarsein- Declaro indiferente mientras todo lo
que se pueden llamar órganos internos salían lenta y pesadamente de su cuerpo vaporoso.
Creí que perdería la cordura.
Fue entonces que desperté de un grito. Me encontré aturdido y
aterrado en un mar de confusión y agitación.
-
¡Dios! ¡Fue tan real!
¡¿Por qué diablos sangraban mis orejas?! La hemorragia duro
poco y una vez limpias estaban como de costumbre. ¿Mi cerebro no aguanto
semejante sueño?
Estuve seguro que con tanta conmoción solté uno o dos gritos
pues así lo hice en la horrible pesadilla. Que los guardias no se hayan
percatado de ello sería imposible. Pero, de haberlo hecho ¿por qué no estaban
en mi habitación registrándolo todo? Tendieran que haber acudido a comprobar si
todo andaba bien, no fuera que sufría un ataque del vengativo ex novio. Los habría expulsado avergonzado rogando que
mi bochornoso paroxismo se mantuviese en secreto. ¡Pero nunca vinieron! Es más,
el ambiente estaba muy calmado, no se escuchaban las habituales conversaciones
en voz baja o pasos pausados. ¡No se escuchaba absolutamente nada! Estaba
frenéticamente aterrado y aun más por lo que advertí a continuación. Mi
imaginación me jugaba tretas ya que sentía un olor muy familiar. ¿Era el mismo
aroma a especias elaboradas que olfateé hace tiempo en el departamento de Irma?
Espabile de inmediato. Lentamente emergí de la tibieza que
ofrecían mis sabanas y entonces lo sentí. El piso se encontraba extrañamente
húmedo.
-
¡Oigan, ¿qué tal está la cosa ahí?!- Grite de mi cuarto nerviosamente pero
no halle respuesta alguna.- Espero que no
estén durmiendo, Irma no estaría muy contenta, ¿saben?- Intente nuevamente
y tampoco obtuve resultados.- ¿Chicos?
Era claro. Algo había pasado afuera.
-
Anfitrión, eso ha pasado.- Susurre en mi solitaria habitación
La señal celular estaba muerta. Entonces significaba que estaba
solo.
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