Letargo Esplendoroso
Carlos Xavier Paredes Gorena
V.
Desdichas y regalos.
¡Finalmente!
Habían pasado semanas extensas pero por fin se encontraba en
condiciones para verme. De hecho los médicos animaron mi visita, al parecer no
recibía ninguna que no fuese policiaca o de la prensa. Es obvio que su padre
está enterado de todo, ¿no debería encontrarse consolando y protegiéndola? Que
yo sepa siempre había sido un hombre distante y poco accesible, pero, ¿le
interesaba en lo más mínimo? ¡Dios! ¡Es su única hija! Esta algo descarriada,
lo admito, pero uno no trae hijos para abandonarlos a su suerte e ignorarlos en
sus peores momentos. Jodido imbécil, es indignante.
Me introduje en su cubículo solitario intentando no levantar
mucho ruido cosa que no resulto fácil. Las bolsas llenas de regalillos y entremeses
desabridos (lo usual para alguien que está internado) que sujetaba en ambas
manos podrían haber alertado a un oso perezoso. No obstante Irma no pareció
inmutarse.
Estaba postrada en la cama. Se sujetaba el sector donde
otrora estaba su brazo y tenía la vista perdida en la ventana. Pronto comprendí
el motivo de su abstracción. Fuera, en la pequeña plazuela del hospital podía
divisarse una escena fútil pero enternecedora. La pareja de amantes que se
hallaba observando paseaba muy acaramelada susurrándose cosas alegres y
obsequiándose besos cariñosos. Se sujetaban de las manos.
Me quede estupefacto. ¿Qué podría decir para aliviar
semejante desdicha? Ni siquiera podría imaginar por lo que está pasando. Dolor,
pérdidas y desamor. Mezclar todo ello de golpe debe ser un coctel terrible.
Estuve tentado a retroceder en mis pasos y volver más tarde, tal vez comprar
más peluches, pero no fue necesario.
-
Hola Adam, ¿qué tal todo?- Saludo sin apartar la vista de la
escena romántica. Su voz se escucho débil y apesadumbrada. Distaba tanto de su
acostumbrado tono sereno y sarcástico que bien podía haberse tratado de otra
persona.
-
Yo…
No se.- Había
repasado tanto las preguntas que debía hacerle, no tenía planeado otra cosa y
ahora balbuceaba como idiota.
-
¿Esos peluchines son para mí?- Cuestiono obsequiándome una mirada
sonriente.
Tenía unas ojeras pronunciadas y los labios resecos. El
cabello lo llevaba sujeto pero desaliñado. Su mano izquierda aferraba la manga
deshabitada donde tendría que estar el brazo perdido. Se ruborizo avergonzada y
bajo la mirada. Sus ojos aun debelaban vestigios de llanto, yo me encontraba a
punto de seguir su ejemplo.
-
Si, y también el yogur y las
galletas.- Me
acerque tambaleante. Destrozaba el corazón verla así. Sufría y no tenía a nadie
en este mundo. Nadie más que mi cobarde y ponzoñosa persona.
-
Gracias.- Acomode los regalos en su pequeño
tocador metálico.- La comida del hospital
es terrible.
-
Dicen que le ponen montones de cosas
para mantener a los pacientes zombificados.- Sonrió. Misión cumplida.
-
Yo creo que solo les hace falta poner
un poquito de sal.-
Declaro invitándome a tomar asiento.
Se balanceo para coger el gatito de felpa que había dejado en
el tocador. Sin su brazo le era difícil. Hice un ademan para alcanzárselo pero
no lo permitió. Comprendí el grito escondido en su mueca. Había perdido una parte
de su cuerpo pero aun era independiente.
-
Es un lindo gatito.- Le acaricio los bigotes.- Me gustan los gatitos.
-
Irma.- Tenía que hacerlo o no me lo perdonaría.-
Crees que, tú sabes, ¿Crees poder
hablarme de, eso?
-
No tengo nada que decir.- Respondió sin apartar la vista al
animalillo.- Si dudas algo puedes
consultar los periódicos.
-
Vamos.- Intente sonar seguro pero no lo
conseguí del todo.- Ambos sabemos que no
saben nada.
-
No sé a qué te refieres.
-
Sí que lo sabes.- Me invente un tono serio.- Estoy aquí por respuestas y no me iré sin
unas cuantas.
Callamos por varios segundos.
-
¿Por qué te interesa tanto?- Una pregunta razonable.- No es tu asunto y harías bien en recordarlo.
-
Pues…- Maldición, me desarmo.
-
Lo siento Adam, esto es cosa mía y
pretendo mantenerlo así.
Me irrito. No fueron sus palabras, admito que no les faltaba
razón, fue el tono de su voz. Tan frio, tan distante ¿Es que acaso no era obvio
lo que sentía por ella?
-
Yo.
-
¿Tú qué?
-
Yo.- Me traspiraban las manos, las seque
en mis rodillas.- Yo solo quiero
ayudarte.
-
No necesito ayuda de nadie.
¡Es una terca del demonio!
-
¡Por favor Irma! – La indignación se apodero de mi
boca.- ¿¡No te das cuenta que ese
desgraciado podría estar acechándote ahora mismo!? ¡Tengo que detenerlo!
-
No tienes idea de quien estás
hablando. El, él está fuera de tu
alcance, fuera del alcance de cualquiera.- Podría tratarse del mismísimo “Eduardo manos de
tijera”, me da igual. ¡Ese maldito animal estaba suelto y no parecía
importarle!
-
¡Seguro está esperando a que estés sola
y sin vigilancia para terminar su trabajo!- Me levante de la banca y menee las manos como si
fuese un histrión inspirado.- ¡Si no hago
algo va a matarte! ¿¡Como narices puedes
seguir protegiéndolo!? – Estruje las sabanas del borde de su cama sin darme
cuenta.- ¡Quieras o no soy lo único que
tienes y harías bien en apreciarlo!
Bajó la mirada, su cabello me ocultaba su rostro. La
expresión que tenía en ese momento me era un gran misterio, pero, supuse que no
era nada alegre.
-
Espera, lo siento, yo no quise…- Estaba hecho, lo había arruinado.
Quizá lo mejor sería salir de la sala y de su vida para siempre.- Es solo que, Irma, tu sabes, sabes lo que
siento por ti…- Volví a mi asiento
de manera nerviosa.
Permanecimos en silencio sin siquiera mirarnos. Mis ojos
estaban demasiado ocupados viendo el sudor que empapaba mis manos, y había
mucho más de eso en mi frente. Mis orejas captaron su respiración agitada y errática.
Con un demonio, me sobrepase, ¡Soy un maldito imbécil insensible!
-
¿Qué quieres saber? – ¿Me engañaban mis sentidos? ¿Finalmente
había comprendido mi preocupación?
No podía perder semejante oportunidad. Si estaba dispuesta a
hablar yo estaba feliz de escuchar. Pero, tendría que enmascarar mis preguntas
en tonos tenues y apenas sugestivos para no provocar otra situación embarazosa.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
-
¿Donde crees que este Anfitrión en
estos momentos?- Pregunta
obvia pero necesaria.
-
No lo sé, supongo que estará enterado
que sobreviví y escapara del país o algo así.-
Claramente mentía.
¿Si no por que seguiría evitando mi mirada?
-
Bien.- ¿No es lo que les había dicho a
todos? Policías y reporteros, personal médico y curiosos, engañados por las
mismas respuestas encriptadas. ¿Acaso yo le parecía igual de ingenuo?
Ella sigue mintiéndome. Aun después de mi, casi, confesión
amorosa. ¿Estaba enfadado?, si, ¿volvería a perder los cabales?, diablos no. Si
quería acercarme a la verdad tendría que escarbar entre sus farsas y soy
tremendo topo. Habrá que seguirle el juego.
-
Entonces. ¿A dónde crees que,
“escape”?
-
No tengo idea.
Maldición, no estaba logrando nada. Tendría que arriesgarme a
ser más inquisitivo. Solo espero no ofenderla demasiado.
-
¿Cómo lo izo?- Me froto el brazo que a ella le falta.- ¿Con magia o algo así?- Lo dije en
juego esperando ver su reacción.
-
No tengo idea, me desmaye por sus
golpes y luego desperté así…
Me aburrí de su farsa e hice un movimiento aun más arriesgado,
pero, resulto darme buenos frutos. Utilice mi habilidad de actuación.
-
Lo sé todo, no tienes por qué seguir
ocultándolo. Ley el cuaderno, si vuelve ya sé cómo detenerlo, lo investigue
toda la noche- Si
era lo que ella pensaba (algo sobrenatural) daría resultado.
Levanto la cara y me dedico una mirada sorprendida.
-
¿Cómo lo hiciste? - Sus ojos iluminados de esperanza
confirmaron el éxito de mi engaño. Efecto secundario, me sentí como una
apestosa bolsa de basura.- ¿El contacto
contigo?
-
Lo lamento. Pensé que era lo que querías oír.-
Volvió a bajar la
mirada.- Tú estabas haciendo lo mismo
conmigo, no tenía otra elección.
-
Así que me engañaste.- Arrojo el gatito de peluche en mi
dirección. Me golpeo el pecho con fuerza. Merecía más que eso, mínimo que me
suelte un tigre hambriento.
-
Por favor Irma, dime todo lo que
sepas. - Coloque su
felpudo regalo en el taburete.- Solo
quiero ayudarte.
-
No creas que eres buen actor, Adam
Faunos. Es solo que, no te imaginas lo mucho que necesitaba esas palabras.- Creo que puedo hacerme una idea.- Me
tienes, no digas nada a nadie- Su voz sonaba resignada pero a la vez
aliviada.
Estaba hecho. Al fin sabría el secreto de Irma.
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