jueves, 14 de febrero de 2013


Letargo Esplendoroso

Carlos Xavier Paredes Gorena



V.             
       
Desdichas y regalos.

¡Finalmente!
Habían pasado semanas extensas pero por fin se encontraba en condiciones para verme. De hecho los médicos animaron mi visita, al parecer no recibía ninguna que no fuese policiaca o de la prensa. Es obvio que su padre está enterado de todo, ¿no debería encontrarse consolando y protegiéndola? Que yo sepa siempre había sido un hombre distante y poco accesible, pero, ¿le interesaba en lo más mínimo? ¡Dios! ¡Es su única hija! Esta algo descarriada, lo admito, pero uno no trae hijos para abandonarlos a su suerte e ignorarlos en sus peores momentos. Jodido imbécil, es indignante.
Me introduje en su cubículo solitario intentando no levantar mucho ruido cosa que no resulto fácil. Las bolsas llenas de regalillos y entremeses desabridos (lo usual para alguien que está internado) que sujetaba en ambas manos podrían haber alertado a un oso perezoso. No obstante Irma no pareció inmutarse.
Estaba postrada en la cama. Se sujetaba el sector donde otrora estaba su brazo y tenía la vista perdida en la ventana. Pronto comprendí el motivo de su abstracción. Fuera, en la pequeña plazuela del hospital podía divisarse una escena fútil pero enternecedora. La pareja de amantes que se hallaba observando paseaba muy acaramelada susurrándose cosas alegres y obsequiándose besos cariñosos. Se sujetaban de las manos.
Me quede estupefacto. ¿Qué podría decir para aliviar semejante desdicha? Ni siquiera podría imaginar por lo que está pasando. Dolor, pérdidas y desamor. Mezclar todo ello de golpe debe ser un coctel terrible. Estuve tentado a retroceder en mis pasos y volver más tarde, tal vez comprar más  peluches, pero no fue necesario.
-          Hola Adam, ¿qué tal todo?- Saludo sin apartar la vista de la escena romántica. Su voz se escucho débil y apesadumbrada. Distaba tanto de su acostumbrado tono sereno y sarcástico que bien podía haberse tratado de otra persona.
-          Yo…  No se.- Había repasado tanto las preguntas que debía hacerle, no tenía planeado otra cosa y ahora balbuceaba como idiota.
-          ¿Esos peluchines son para mí?- Cuestiono obsequiándome una mirada sonriente.
Tenía unas ojeras pronunciadas y los labios resecos. El cabello lo llevaba sujeto pero desaliñado. Su mano izquierda aferraba la manga deshabitada donde tendría que estar el brazo perdido. Se ruborizo avergonzada y bajo la mirada. Sus ojos aun debelaban vestigios de llanto, yo me encontraba a punto de seguir su ejemplo.
-          Si, y también el yogur y las galletas.- Me acerque tambaleante. Destrozaba el corazón verla así. Sufría y no tenía a nadie en este mundo. Nadie más que mi cobarde y ponzoñosa persona.
-          Gracias.- Acomode los regalos en su pequeño tocador metálico.- La comida del hospital es terrible.
-          Dicen que le ponen montones de cosas para mantener a los pacientes zombificados.- Sonrió. Misión cumplida.
-          Yo creo que solo les hace falta poner un poquito de sal.- Declaro invitándome a tomar asiento.
Se balanceo para coger el gatito de felpa que había dejado en el tocador. Sin su brazo le era difícil. Hice un ademan para alcanzárselo pero no lo permitió. Comprendí el grito escondido en su mueca. Había perdido una parte de su cuerpo pero aun era independiente. 
-          Es un lindo gatito.- Le acaricio los bigotes.- Me gustan los gatitos.
-          Irma.- Tenía que hacerlo o no me lo perdonaría.- Crees que, tú sabes, ¿Crees poder hablarme de, eso?
-          No tengo nada que decir.- Respondió sin apartar la vista al animalillo.- Si dudas algo puedes consultar los periódicos.
-          Vamos.- Intente sonar seguro pero no lo conseguí del todo.- Ambos sabemos que no saben nada.
-          No sé a qué te refieres.
-          Sí que lo sabes.- Me invente un tono serio.- Estoy aquí por respuestas y no me iré sin unas cuantas.
Callamos por varios segundos.
-          ¿Por qué te interesa tanto?- Una pregunta razonable.- No es tu asunto y harías bien en recordarlo.
-          Pues…- Maldición, me desarmo.
-          Lo siento Adam, esto es cosa mía y pretendo mantenerlo así.
Me irrito. No fueron sus palabras, admito que no les faltaba razón, fue el tono de su voz. Tan frio, tan distante ¿Es que acaso no era obvio lo que sentía por ella?
-          Yo.
-          ¿Tú qué?
-          Yo.- Me traspiraban las manos, las seque en mis rodillas.- Yo solo quiero ayudarte.
-          No necesito ayuda de nadie.
¡Es una terca del demonio!
-          ¡Por favor Irma! – La indignación se apodero de mi boca.- ¿¡No te das cuenta que ese desgraciado podría estar acechándote ahora mismo!? ¡Tengo que detenerlo!
-          No tienes idea de quien estás hablando. El, él está fuera de  tu alcance, fuera del alcance de cualquiera.- Podría tratarse del mismísimo “Eduardo manos de tijera”, me da igual. ¡Ese maldito animal estaba suelto y no parecía importarle!
-          ¡Seguro está esperando a que estés sola y sin vigilancia para terminar su trabajo!- Me levante de la banca y menee las manos como si fuese un histrión inspirado.- ¡Si no hago algo va a matarte!  ¿¡Como narices puedes seguir protegiéndolo!? – Estruje las sabanas del borde de su cama sin darme cuenta.- ¡Quieras o no soy lo único que tienes y harías bien en apreciarlo!
Bajó la mirada, su cabello me ocultaba su rostro. La expresión que tenía en ese momento me era un gran misterio, pero, supuse que no era nada alegre.
-          Espera, lo siento, yo no quise…- Estaba hecho, lo había arruinado. Quizá lo mejor sería salir de la sala y de su vida para siempre.- Es solo que, Irma, tu sabes, sabes lo que siento por ti…-  Volví a mi asiento de manera nerviosa.
Permanecimos en silencio sin siquiera mirarnos. Mis ojos estaban demasiado ocupados viendo el sudor que empapaba mis manos, y había mucho más de eso en mi frente. Mis orejas captaron su respiración agitada y errática. Con un demonio, me sobrepase, ¡Soy un maldito imbécil insensible!
-          ¿Qué quieres saber? – ¿Me engañaban mis sentidos? ¿Finalmente había comprendido mi preocupación?
No podía perder semejante oportunidad. Si estaba dispuesta a hablar yo estaba feliz de escuchar. Pero, tendría que enmascarar mis preguntas en tonos tenues y apenas sugestivos para no provocar otra situación embarazosa. Es más fácil decirlo que hacerlo.
-          ¿Donde crees que este Anfitrión en estos momentos?- Pregunta obvia pero necesaria.
-          No lo sé, supongo que estará enterado que sobreviví y escapara del país o algo así.-  Claramente mentía. ¿Si no por que seguiría evitando mi mirada?
-          Bien.- ¿No es lo que les había dicho a todos? Policías y reporteros, personal médico y curiosos, engañados por las mismas respuestas encriptadas. ¿Acaso yo le parecía igual de ingenuo?
Ella sigue mintiéndome. Aun después de mi, casi, confesión amorosa. ¿Estaba enfadado?, si, ¿volvería a perder los cabales?, diablos no. Si quería acercarme a la verdad tendría que escarbar entre sus farsas y soy tremendo topo. Habrá que seguirle el juego.
-          Entonces. ¿A dónde crees que, “escape”?
-          No tengo idea.
Maldición, no estaba logrando nada. Tendría que arriesgarme a ser más inquisitivo. Solo espero no ofenderla demasiado.
-          ¿Cómo lo izo?- Me froto el brazo que a ella le falta.- ¿Con magia o algo así?- Lo dije en juego esperando ver su reacción.
-          No tengo idea, me desmaye por sus golpes y luego desperté así…
Me aburrí de su farsa e hice un movimiento aun más arriesgado, pero, resulto darme buenos frutos. Utilice mi habilidad de actuación.
-          Lo sé todo, no tienes por qué seguir ocultándolo. Ley el cuaderno, si vuelve ya sé cómo detenerlo, lo investigue toda la noche- Si era lo que ella pensaba (algo sobrenatural) daría resultado.
Levanto la cara y me dedico una mirada sorprendida.
-          ¿Cómo lo hiciste? - Sus ojos iluminados de esperanza confirmaron el éxito de mi engaño. Efecto secundario, me sentí como una apestosa bolsa de basura.- ¿El contacto contigo?
-           Lo lamento. Pensé que era lo que querías oír.- Volvió a bajar la mirada.- Tú estabas haciendo lo mismo conmigo, no tenía otra elección.
-          Así que me engañaste.- Arrojo el gatito de peluche en mi dirección. Me golpeo el pecho con fuerza. Merecía más que eso, mínimo que me suelte un tigre hambriento.
-          Por favor Irma, dime todo lo que sepas. - Coloque su felpudo regalo en el taburete.- Solo quiero ayudarte.
-          No creas que eres buen actor, Adam Faunos. Es solo que, no te imaginas lo mucho que necesitaba esas palabras.- Creo que puedo hacerme una idea.-  Me tienes, no digas nada a nadie- Su voz sonaba resignada pero a la vez aliviada.
Estaba hecho. Al fin sabría el secreto de Irma.

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