Letargo Esplendoroso
Carlos Xavier Paredes Gorena
IX.
Agua tibia y bruma.
Ya no era el mismo cobarde de siempre. Ahora debía proteger a
mi amada de quien sea. No me importaba si Anfitrión midiese tres metros y
tuviera brazos de cierra eléctrica, salvaría a Irma. Espabile de mi sitio y me
cubrí con la chamarra de la suerte esperando que hiciese honor a su apodo, como
siempre.
Necesitaba armas, pero, ¿Qué arma podría tener un ex
universitario común y corriente? Cogí mi maceta pequeña de sábila dispuesto a
matar si era necesario.
Abrí mi puerta lentamente y quede estupefacto. Todo el
pasillo se encontraba obnubilado por una densa humareda blanca. No era humo de
cigarrillo, lo sentí casi de inmediato. Además para cargar tanto el ambiente se
necesitaría más de veinte fumadores aspirando y exhalando al unisonó motivados
por un record guinness. Yo sabía y a la vez no sabía lo que era. Tenía el
exótico olor que aprecie hace tiempo cuando entre por primera vez a su
departamento, pero había un “no sé qué”, que lo tornaba diferente.
No podía ver nada. Las sombras habían entrado en complicidad
con el humo y cubrían el ambiente de manera insondable. En seguida me percate
que no había electricidad, gran sorpresa. Un maldito clásico en las películas
del género. Mi única linterna estaba empaquetada en algún cajón entre tantos y
nunca use velas. No podía perder el tiempo buscándola.
-
¿Qué paso muchachos… que es todo
esto? ¿Jamir?- Solo
obtuve silencio por respuestas. ¿Dónde diablos podrían estar?
No había otro salida, tendría que descubrir lo que sea que se
estaba cocinando por cuenta propia. Me dispuse a visitar a Irma. Sonaba más
fácil pensarlo que hacerlo. La visibilidad era casi imposible. Todo estaba rodeado
del aroma a ese atroz humo, invadió mi departamento apenas abierto.
Otra cosa que percate instantáneamente, no bien puesta una
pata en el pasillo, fue que todo estaba cubierto por un líquido tibio. Me
llegaba poco más arriba de la planta de los pies. Tuve que catearlo no sin un
dejo de susceptibilidad. Supongo era agua por su gusto sinsabor. Gracias a la
escasa luz de las ventanas pude apreciar que tenía un extraño y opaco color
verde, me recordaba a agua de un pantano.
Existían solo dos posibilidades para explicar lo que
acontecía. Se rompió el tanque de agua o es un nuevo vecino mitad cocodrilo que
extraña su lugar de origen. Me incline por la primera opción, aunque no
explicaba su color o temperatura tibia como lo hacia la segunda.
Reinicie mi incursión valerosa y casi resbalo por una pequeña
materia dura que después no logre encontrar. No obstante seguí avanzando.
Tocia como anciano tuberculoso y desganado. Mis ojos
lagrimeaban irritados por la espesa humareda, los enjuagaba cada tanto. Jadeaba
y transpiraba como puerco en matadero. No obstante seguí avanzando.
Daba pasos húmedos y torpes sosteniéndome de las paredes con
una mano y con la otra empuñando mi poderosa arma ecológica. Recurrentemente
sentía los toquecillos de materia pequeña e indefinida por la oscuridad. Me
topaban y luego eran arrastrados corrientes abajo. No llevo la cuenta pero
seguro tropecé y caí más de tres veces por el pasillo con cuanta forma
invisible y majadera tenía en frente. Llegue a golpearme crudamente las
costillas, rodillas y el culo, el piso de madera no me dio ninguna tregua. No
obstante seguí avanzando.
Estaba completamente empapado en esa extraña e indefinida agua
tibia. No obstante seguí avanzando.
Milagrosamente mi maceta seguía intacta y lista para la
acción heroica. Desearía compartir su fortuna.
Una verdad se hacía evidente a cada paso errático y torpe que
efectuaba. Necesitaba ayuda. Apreciaría el auxilio de la molesta feminista y
supuesta prostituta. Incluso hubiese festejado ver la pedante cara del ex
docente presumido, quien sea, solo un poco de apoyo para continuar. Se habían
marchado hace pocos días. Marta nunca pasaba más de dos días a la semana en su
cuarto, quien sabe dónde diablos andaba, y Joaquín, nunca supe donde se fue y
tampoco me importaba. Solos Irma y yo, ningún otro departamento estaba
habitado. Perra suerte.
El líquido se encontraba actualmente desaguando en una
pequeña canaleta casi oculta en la esquina de una pared. Caería mucho de eso en
las plantas bajas, el resto desembocaría treinta y un pisos en un bosquejo
abandonado.
Mi única esperanza yacía en que los habitantes de abajo se
percatasen del agua que indiscutiblemente desencadenada hacia sus pisos.
Obviamente lo harían, pero, ¿les importaría? No lo creo, me ignorarían aunque
grite y toque sus puertas de rodillas, no ayudarían jamás. Sería una pérdida de
tiempo. Irma solo dependía de mí y mientras más rápido comprendiera este hecho
sería mejor.
Su puerta se encontraba abierta de par en par. Tenuemente
iluminada por las luces citadinas que ofrecía su pequeño balcón. Note que la
corriente acuática y el humo provenían de su departamento (vaya sorpresa).
Seguro Irma tuvo otra recaída de locura. Pero ¿y sus centinelas?, ¿no se
habrían percatado de sus extrañas acciones?, de ser así me lo hubiesen
comunicado de inmediato. A menos que…
Al fin luego de tanto tormento logre ponerme de pie frente a
su puerta, solo para caer nuevamente al odioso charco de agua verde. Pero esta
vez mi obstáculo si fue visible.
En mala hora arrastre los brazos por esa agua turbia y
asquerosa. En mala hora los palpe y luego reconocí. Eran los cuerpos inertes de
los dos guardias. Me eche atrás aterrado, esto, simplemente me superaba. Nunca
antes había visto a un muerto y menos tocado a uno. Soy solo un tipo cualquiera
que quizá ha visto suficientes películas de terror, pero, una cosa es
presenciarlo indiferente tras el celuloide, otra maldita cosa es tenerlos
frente a tus narices. Tocar sus pieles pálidas, oler sus carnes descompuestas,
observar sus ojos carentes de vida, no había ningún punto de comparación. No
pude controlar más mis ascendentes arcadas. Arroje todo lo que había cenado en
un vomito acido y sinuoso. ¿Después de eso?, sopor.
Fue ese roba brazos. Fue
ese maldito. Fue ese desalmado. Fue ese desgraciado. Fue ese mentecato. Fue ese
asesino. Fue ese hijo de perra. Fue Anfitrión y no fue otro.
¿Cómo? ¿De qué manera
logro asesinar a dos policías expertos en sumisión y artes marciales? ¿A qué
clase de cosa me estaba enfrentando?
Debía saber cómo habían muerto, incluso por respeto. Espabile
de mi posición aletargada y les acerque mi mano temblorosa. O llevaban poco
tiempo muertos o el agua los había conservado tibios, nunca lo sabré.
De inmediato me di cuenta que estaba tocando los restos de lo
que una vez había sido Jamir, me maldije por haberlo contratado. Necesitaba el
dinero para comprarle un, no sé que a su novia. Ahora era un muerto que
cargaría en mi conciencia.
-
Jamir, que te han hecho amigo.- Ni siquiera había desenfundado su
arma, ni él ni su compañero. Trague mi saliva amarga.
El humo empezó a disiparse trayéndome los matices de sus muertes.
Me aproxime un poco más para apreciarlos con detalle.
Casi arrojo otra ración de vomito hirviente pero me controle
por respeto.
Ambos Tenían un agujero circular, mediano, tamaño de un “CD” en
el área del estomago. Al examinarlos con mayor detenimiento me percate de lo
inexplicable. Les habían removido todos los órganos internos, los habían dejado
vacios como unas guitarras. Era como si hubiesen sido víctima de un
taxidermista infernal. Pobres hombres, debieron soportar la tortura vivos,
viendo cara a cara a su verdugo, tal vez suplicando por sus vidas mientras el
otro les sacaba el hígado con una sonrisa en su asqueroso rostro. ¡Qué dolor!
¿Y mientras tanto donde estaba yo? ¡Durmiendo por supuesto!
Una ascendente sensación de ira empezó a crecer en el más
profundo escondrijo de mi cabeza. Todo era culpa mía. ¿No había sido yo el que
insistió a Irma tan punzantemente en lo necesario de sus servicios? Ahora
estaban muertos bajo mis rodillas. Todo era maldita culpa mía.
Irma, traer su nombre a mi mente pareció despejarla de
cualquier otra cosa que no fuesen sus besos de lengua. Ella me necesitaba, no
podía seguir malgastando mi tiempo.
Tal vez muchos se preguntasen el motivo que me impulso a
seguir adelante, después de todo nunca demostré ser alguien valiente, todo lo
contrario. Cuántos otros hubieran huido despavoridos al soportar primero el
aterrador ambiente y luego ser testigos de la insana forma de matar de su rival
de amores. La respuesta es simple y cursi. Yo estaba verdaderamente enamorado.
Además me había jurado a mi mismo que mataría a ese hijo de
perra llamado Anfitrión si nadie me detenía en el intento. Y creo que de hecho nadie
lo haría.
Me levante tambaleante luego de cerrarle los ojos a mi buen
amigo. Le tome prestada el arma que llevaba inactiva en el cinturón, ya no la
iba a necesitar, yo sí.
Me enjuague las lagrimas y seguí adelante.
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